Históricamente, se tendía a recomendar reposo y contraindicar el ejercicio físico a aquellas personas con una enfermedad crónica, como el cáncer. No obstante, en los últimos años se han publicado numerosos estudios que demuestran que el ejercicio no sólo no es perjudicial, sino que incluso puede resultar beneficioso.
Beneficios del ejercicio físico
Exceptuando algunos casos puntuales en los que está contraindicado porque puede causar dolor o incluso empeorar los síntomas, en general la práctica de ejercicio físico leve o moderado resulta muy recomendable después del tratamiento contra el cáncer.
Se ha demostrado una asociación positiva entre el ejercicio físico regular y una mejora en la calidad de vida y los síntomas a largo plazo, tanto los causados por la enfermedad como los asociados al tratamiento. Específicamente, el ejercicio aeróbico y los entrenamientos de resistencia, como podrían ser caminar, correr o ir en bicicleta, han demostrado tener un impacto positivo en el estado cardiopulmonar, la fuerza muscular y el equilibrio y, a nivel psicológico, en el estrés, la fatiga, la depresión y la autoestima. Algunos artículos también apuntan incluso a un impacto positivo en el índice de recaídas y la supervivencia.
¿Está recomendado para mí?
A pesar de los múltiples beneficios del ejercicio físico, hay algunas cuestiones que se deben tener en cuenta a la hora de hacer deporte, ya que en algunos casos se recomienda tomar precauciones específicas:
Anemia. Las personas con anemia deberían posponer la práctica de ejercicio físico, más allá de las actividades que requiera el día a día, hasta que el médico lo considere oportuno.
Inmunodeficiencia. Debido a la mayor susceptibilidad de contraer determinados tipos de infecciones, es recomendable evitar gimnasios o piscinas públicas hasta que el recuento de leucocitos esté dentro de unos parámetros seguros.
Fatiga. En estos casos se puede ir introduciendo el ejercicio físico paulatinamente, empezando por intervalos cortos (por ejemplo, 10 minutos) de ejercicio de baja intensidad, como caminar.
Radioterapia. Se debería evitar exponer la piel irradiada al cloro, como el del agua de las piscinas.
Catéteres. Es recomendable evitar temporalmente la exposición al agua de mar, lagos, u otros ambientes con microorganismos que puedan propiciar la aparición de infecciones. Además, conviene no ejercitar los grupos musculares cercanos a la inserción del catéter, para que no se descoloque.
Neuropatías o ataxia. La debilidad o la pérdida de equilibrio pueden dificultar la realización de determinados ejercicios en las personas con afectación del sistema nervioso. Por ello, se recomienda hacer ejercicios estáticos que no requieran una gran coordinación, como la bicicleta estática reclinable.
¿Cómo puedo empezar?
Es muy importante no empezar ninguna rutina de ejercicio de forma repentina, ya que incluso las personas que eran muy activas antes del tratamiento pueden tardar tiempo en recuperar la forma física. Una buena idea sería comenzar con un ejercicio de baja intensidad, poco rato pero de forma regular: por ejemplo, caminar 10-15 minutos de tres a cinco veces por semana, e ir incrementando la duración y la intensidad gradualmente.
Así pues, hacer ejercicio físico es muy recomendable, pero siempre teniendo en cuenta las indicaciones del médico, introduciéndolo en el día a día de forma gradual, reconociendo las propias limitaciones y estando alerta para detectar si aparecen síntomas inusuales. La práctica del ejercicio aeróbico, como caminar, correr, bailar o ir en bicicleta, contribuye a mejorar la salud cardiovascular, facilitar la recuperación y mejorar la calidad de vida de las personas con cáncer que han finalizado el tratamiento.
Referencias
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